1995 – Revista Viva, Diario Clarín
Marilina Ross y La Raulito
Reencuentro
Hace 20 años Marilina Ross interpretaba para el cine un personaje que ella juzga como el mejor de su carrera como actriz: "La Raulito". La película estaba inspirada en la vida de María Esther Duffau, un ser marginal que nació mujer pero que sobrevivió en la calle como hombre. Fue entonces cuando ambas se conocieron y arrimaron sus vidas distantes. Hoy, cuando ya pasaron dos décadas de aquel éxito cinematográfico, Viva las reunió una vez más. Pero ellas nunca dejaron de hacerlo: se hicieron amigas y siempre estuvieron en contacto. Después de todo, a partir de esa película y cada una a su manera, comprendieron que había otras formas de recibir y dar amor.
Así eran sus vidas a mediados de la década del 60: tardes de tevé con mucho ráting para una, frecuentes noches de bastones largos para la otra. Navegaban por mares opuestos, incompatibles. Una era la estrella en ascenso de la pantalla chica; la otra, una marginal con domicilio intermitente en la calle, la cárcel o un hospicio. Hasta que un día sus naves se entrelazaron y empezaron a detenerse en los puertos más insosprechados. Desde entonces, ninguna de las dos volvió a ser la misma. Y en algún punto, hasta mezclaron sus aguas.
Aunque Marilina Ross y "la Raulito" no se conocerían personalmente sino hasta el verano de 1974, varios años antes una ya sabía de la otra. Desde el televisor a válvula instalado en la sala de alguna prisión, María Esther Duffau -la verdadera Raulito-, miraba cómo "La Nena" con cara de eterna adolescente le hacía de las suyas a su papá Osvaldo Miranda. Marilina Ross, por su parte, empezaba a sentir que la ropa de nena empezaba a quedarle chica y sospechaba que había otros talles más grandes que podían calzar en su sed de actriz comprometida: la historia de aquella muchacha con vida de muchacho de la que había escuchado hablar, podía ser un buen punto de partida.
Después de cinco años de éxito casi sin sudor que protagonizó en el viejo Canal 13 con "La Nena", entre 1965 y 1970, Marilina quería transpirar en serio. Otro programa mítico dirigido por David Stivel, "Cosa juzgada", le abrió las puertas de la madurez. Fue durante ese ciclo cuando la escritora Martha Mercader comentó el caso de una mujer que vestía y jugaba al fútbol como un hombre, con veintidós fugas seguidas por encierros en cárceles y cotolengos, más algunos intentos de suicidio. Esa historia cruda y casi anónima fue la semilla que hicieron germinar Juan Carlos Gené y David Stivel para el argumento de uno de los capítulos de "Cosa Juzgada". Corría el año 1969 y la actriz que se probó la piel de "La Raulito" fue, claro, Marilina. "Desde entonces -cuenta hoy la cantautora mientras le da un mordisco a su sándwich de crudo y queso-, no dejé de decir que quería hacer 'La Raulito' en cine."
Mientras Marilina crecía -"La Nena" ya era una señora casada con el actor Emilio Alfaro, un matrimonio que casi arañó la década-, la Raulito no sabía cómo frenar su descenso a los infiernos. El mismo día que ella nació, el 26 de julio de 1933 en el hospital Tornú de Villa Urquiza, su madre moría de tuberculosis. A los seis años, un padre alcohólico la internó en el Preventorio Rocca porque no tenía con qué mantenerla. A los diez empezó a escapar. "Como al gorrión, a mí me tiraba la calle", dice la Raulito con acento cayengue. Y fue en la calle que entendió que ser un varoncito era mucho menos peligroso que ser una nena. Con su nueva identidad se convirtió en un clásico "chico de la calle". Y fue en un potrero de barrio donde la vio Armando Bo, que la llamó para su película "Pelota de trapo". La barra de pibes que se juntó para el filme le puso Raulito. Pero a la par de sus múltiples oficios -lustrabotas, changarín, repartidor de carne-, se sucedía un circuito que fue, durante años, siempre el mismo: de la cárcel a algún instituto neuropsiquiátrico, otra escapada y de vuelta a empezar.
Cuando los '60 quedaron atrás, Marilina seguía con ganas de meter su vida de actriz en esa otra vida que la intrigaba hasta la obsesión. Después de años de insistencias, logró que la historia de la Raulito fuera escrita para la pantalla grande. A Marilina solo le faltaba conocer frente a frente el rostro verdadero de su historia de ficción. "Lautaro Murúa, el director de la película, no quería que conociera a la Raulito -recuerda hoy la actriz-. Bah, no necesitaba que la copiara." Pero la ansiedad pudo más. "Y me fui a verla al Hospital Moyano, donde estaba internada, con una radio de regalo." La acompañó Jorge Martínez, que tenía un papel en la película y que además era su pareja por esos años. La última conocida, porque después de "La Raulito", Marilina cambiaría hasta su manera de sentir el amor.
"Fue lo más logrado que hice como actriz", dice hoy Marilina Ross cuando juzga su trabajo en "La Raulito".
Hoy no tienen dudas que ese encuentro las marcó para siempre. "No imaginaba que podía existir alguien que hubiera vivido todo lo que había vivido la Raulito, y estuviera allí encerrada -dice Marilina-. Ese día fue impresionante. Yo sentí mucha ternura... Fue un flechazo, ¿no, Raulito?
Y la Raulito le contesta que sí. Son las siete de la tarde en la confitería de la Bombonera. Las dos están sentadas en una mesa tomando Coca-Cola y fumando los 'Gitanes' de Marilina. Pelo cortito teñido de rubio, la cara maquillada para las fotos y enfundada en un equipo de gimnasia de tela brillante azul y amarillo, la Raulito se desespera por contarle a Marilina cómo va Boca, por mostrarle los baños limpios del "club-Boca-Juniors-es-un-sentimiento" -así le dice-, y ponerla al tanto de cómo vive en el hogar Rawson, su casa desde hace un par de años. Está más flaca que unos meses atrás. "Es que hace quince días estoy a sopa, Marilina. Me tienen que operar la vesícula y no puedo comer nada. Cada semana me dicen: 'La que viene te operamos'. Recién cuando explote se van a dar cuenta que es demasiado tarde."
La Raulito habla segura y da la impresión de que nunca dio el brazo a torcer. Como cuando el mozo de un bar le negó un sandwich aunque ella tenía plata para pagarlo. Rompió vidrios e hizo estallar los potes de mayonesa contra las paredes del bar. O el día que le puso llave a la puerta del despacho del juez Ledesma, con juez adentro y todo... "para que supiera lo que es estar encerrado", interrumpe Marilina que sabe la anécdota.
Con el flequillo sobre los ojos, Marilina escucha atenta todo lo que cuenta la Raulito y comprende. Filmando su historia, conoció esos capítulos de desprecios y malos tratos. "Una vez, vestida como la Raulito, me senté en un bar y pedí un tostado. El mozo me atajó: '¡Salí de acá, roñoso!'. Me enfurecí y me dije, ma sí, que se enteren que estamos filmando. '¡Yo soy Marilina Ross y tengo plata para pagar!', le grité. Pero rotosa como iba, ni mi madre me reconocía. Además tenía que ir al baño de los hombres, como ella, porque en el de mujeres me sacaban a los gritos. "Casi termina a las piñas con un par de chicos de la calle, que a esta altura eran sus pares, y hasta padeció algo de lo que la Raulito siempre se cuidó. "De andar sucia y metida en cualquier lugar, pesqué una ladilla -explica Marilina-. Pero no entiendo cómo el simple hecho de estar mal vestida puede convertirte en una porquería a la que se puede maltratar. Por eso la entiendo a la Raulito."
Marilina reconoce que cuando dejó de ser la Raulito, ya era otra. "De ser la niña mimada, la bien tratada y exitosa, pasé al anonimato, a pegar piñas y a recibirlas. Mi analista preguntaba cuándo termina la filmación", recuerda. La película se estrenó en 1975, el mismo año en que la actriz se codeó con otro éxito de su carrera, el protagónico en la telenovela "Piel naranja", de Alberto Migré. La cortina musical de ese ciclo llevaba la voz de Marilina en las estrofas de "Quereme, tengo frío", una tema que la catapultó como cantautora. Pero sobre el cielo argentino -el mismo cielo que en 1972 atravesó el charter que trajo de regreso al país a Juan Domingo Perón, y en el que también viajó Marilina-, corrían oscuros nubarrones que luego amordazaron su voz: empezó a ser censurada y en 1976 eligió el camino del exilio con proa a España.
Para María Esther Duffau, la Raulito, las cosas también cambiaron. Solo que en vez de encontrarse con quien realmente quería ser, descubrió que por primera vez podía ser alguien. Empezaron a hacerle notas en los medios. Las autoridades de turno le prestaban más atención a su destino desbocado. Hoy, a los 62 años, está aprendiendo a sumar y restar con su maestra Rosita en el club Boca Juniors; le "manguea" al presidente del club y al ministro Cavallo para comprar comida y estufas; se bajonea cuando pierde Boca; abraza fuerte y lagrimea por ahí cuando se siente sola.
Tal vez la pantalla de cine fue milagrera. Después de estrenada la película, la Raulito no volvió a ninguna cárcel. Marilina cuenta que los médicos se empezaron a preocupar más por su caso. "Descubrieron que era alguien. Ella siempre había sido la persona maravillosa que es -dice Marilina, los ojos brillantes-. Sólo que los demás, no lo habían notado."
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