Marilina en su recital del Ópera: discurso lineal y melodías diáfanas
Por: LEONARDO COIRE
La puesta en escena y dirección general (responsabilidad de la protagonista) se yerguen en Conectándome por encima del propio repertorio presentado; un caso curioso donde la forma mejora aún el contenido.
Para el show, hecho en el Teatro Opera, y que se repite este fin de semana, Marilina Ross sacó provecho de su tiempo como actriz, de su paso por los unipersonales y del encuentro con el pop en los ochenta. El espectáculo tiene ajuste, vuelo y complejidad. Sobre la base de los textos, cada pieza contiene en sí misma una correlación escénica propia, desarrollo individual, con elementos diferenciados. Así, una niña de unos diez años obra con la "otra" Marilina, la que fue, recuperando en ella la inocencia que quedó atrás. También se introducen un coro entero (el del Banco de Caseros), una orquesta típica y hasta un sexteto de cuerdas. No faltan una pantalla de video que baja, elementos escenográficos como dos puertas, un televisor, un pequeño jardín con flores que crecen de repente, bailarines, un actor. Abigarrados elementos todos que sostienen el nuevo cancionero de Marilina.
Este aborda las conexiones a las que aspira su autora. Ellas son entre otras "lo nuevo", "lo viejo", "mis plantas", "el cambio", "lo divino". Las intenciones son amplias, los temas variados, aunque las ideas-fuerza de la Ross son las mismas: una postura de vida más o menos mística, revalorización cordial de los pequeños actos humanos. Su discurso es lineal, las melodías diáfanas. Como apuntáramos este mismo año, su voz es un pequeño instrumento monocorde para comunicar sus emociones y su postura misma de intérprete remite a una suerte de amiga lejana que llega con un par de consejos positivos para quien los quiera tomar.
Las obras le permiten recrear al ídolo (Dalí, en la pieza "Eungenio" Salvador Dalí), jugar con el tango (Che grandulón), ser punzantes con el medio que la catapultó a la fama (la tevé, en la canción Adictos: allí ironiza sobre sí misma a través del video que la muestra en aquel éxito de 1975, Piel Naranja, junto a Arnaldo André), ahondar cierta angustia (Este dolor). En el rol de "base doctrinaria o filosofal" de toda su expresión, Marilina lee un trozo de El libro de Monelle, de Marcel Schwob, donde da por sentados conceptos tan endebles y fácilmente rebatibles como "ama el momento", porque "todo amor que dura es odio" o "todo pensamiento que dura es contradicción". Pero eso es otra historia.
Ángel Mahler, solo, allá arriba, se las arregla para llevar adelante el acompañamiento, con alguna colaboración esporádica de Alejandro Seone, en guitarra eléctrica y Enrique Schimpí. Sus arreglos toman para sí la simpleza del universo de Ross.
Además de lo descripto hay espacio para hacer conocer un texto propio, humanista y de neto cuño ("porque soy un chino que lo aplasta un tanque y soy el soldado que en el tanque va"), y para invitar a una psicopedagoga con dos niñas, las cuales explican, gracias a un tema de Marilina, que "pensaron más ese día que en toda su vida". Y para bailar animosamente (Tengo para ofrecerte).
Con inteligencia desplegó en síntesis, como ella explica en el programa, "este delirio", al cual definiríamos mejor como un bueno y centrado espectáculo de "music-hall", en el que se conjugan idealismo, afecto, levedad, ritmo.
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