En la trama

Revista "Uno mismo"

Marilina Ross

En la trama

"Me siento una islita que comienza a acercarse a otras islitas. Juntos nos damos cuenta de que no somos locos perdidos en el espacio: nuestras búsquedas tienen trama y sentido."


Norma Osnajanski dialoga con Marilina Ross

Ha escogido lo que los políticos llamarían "un perfil bajo". No frecuenta la noche de la farándula, no asiste a almuerzos televisivos, no concede reportajes a semanarios de actualidad ni revistas del corazón. "Es que me cansé de decir siempre lo mismo", dice con cierto aire de disculpa. Pero agrega sin titubeos: "No es una estrategia. Simplemente me cansé. ¿Para qué decir siempre las mismas cosas?, ¿para que la gente no se olvide de mí? Yo, como sucede con la gente del espectáculo, solía pensar así. Pero cuando volví de España tuve que prescindir de la promoción. Estaba prohibida, nadie me hacía una entrevista, y a la fuerza tomé conciencia de que la prensa no era imprescindible. El hecho principal se da entre el artista y el público, y lo que está en el medio está en el medio. No es prioritario".

Marilina Ross recita y tararea: "En ese momento incierto que no es vigilia ni es sueño/ suelo encontrar la verdad/ pero en cuanto me despierto me aferro al diario creyendo que es la realidad./ Así no./ Así no se puede seguir./ Cuando me detengo y miro adentro, sé que encuentro la verdad/ pero enseguida se olvida esta cabezota mía y sigue buscando afuera lo que el afuera no da/ Así no. Así no se puede seguir". Pero eso será más adelante, casi al terminar este reportaje. Por ahora, instalada en el sencillo comedor de su casa de Palermo Viejo, prefiere tomarse su tiempo. Convida gaseosa, fuma -sin prisa pero sin pausa y con un poco de culpa-, mira con ternura a sus perros y señala orgullosamente a mini-selva que rodea la pileta de natación, visible tras el ventanal. "Todo eso lo planté yo", aclara.

Los perros -tres ovejeros y un setter- emprenden un coro de ladridos que de pronto termina tan abrupta e inexplicablemente como había comenzado. Parece un canto, y ella se ríe, divertida con el misterio. Confiesa que tampoco entiende muy bien cómo es que, a pesar de que está tan poco en el candelero, cada vez que sale al mundo sus seguidores llenan entusiastamente un recital tras otro. No se trata sólo de jóvenes. Me muestra una foto en la que se la ve junto a una viejita sonriente: "¿Ves a esta mujer? Tiene 84 años y me la encuentro en todos los recitales: sabe mis temas de memoria. Yo creo que la cosa no pasa por la edad, sino por seres que estén un poquito más abiertos, que tengan menos telarañas en el corazón".

Actriz precoz, supo transitar la televisión, el teatro, el cine, los premios internacionales. Y hay dos momentos que podrían cristalizar esta trayectoria: una imagen que la muestra como La Nena de televisión, y otra como La Raulito, que interpretó en cine para Lautaro Murúa. En el medio, obras de O'Neill, de Moliére, de Miller o Bernard Shaw. Sin embargo, todo eso quedó atrás. Hace ya muchos años que Marilina Ross se convirtió en cantautora. Los Soles que ella alumbró en 1982 marcan un hito: no sólo le entibiaron a muchos argentinos el escalofrío proveniente de la dictadura y la guerra de Malvinas, sino que simbolizan una transformación personal que para ella comenzó durante el exilio y que aún se mantiene vigente, como guía de sus búsquedas evolutivas. De todo ello conversamos.

¿Cómo empezó esto de componer y cantar?

Con el primer desengaño amoroso, supongo. Tuve necesidad de meterle un poco de música a eso y compuse una zamba, allá por el 60 y pico. Siempre amé la música, aunque nunca la estudié. Con el primer sueldo que cobré me había comprado una guitarra y componía todo el tiempo; tarareaba y tocaba. Lo curioso es que iba mostrando lo mío a mi gente cercana y no gustaba. Incluso llegué a grabar dos discos que fueron un fracaso total, en el '68 y el '69. Entonces, con esto de la música me fui replegando cada vez más y al final ni mostraba lo que hacía.

Pero seguías componiendo...

Claro. Hasta que alguien me impulsó a juntar todo lo de aquella última etapa y grabé un LP que sí funcionó. Era Estados de ánimo, de 1974. De todos modos, en aquella época no necesitaba vivir de la música; me mantenía, y muy bien, como actriz. Ahora es distinto, pero la paradoja consiste en que cada vez son menos los momentos en que me pongo a componer.

¿Y cómo hacés?

Viene. La cosa viene. Me dictan.

Hablemos de eso.

A mí me sigue sorprendiendo cada vez que sucede. Pero sé claramente cuando soy yo -mi ego, mi personalidad- la que se pone a escribir, y cuándo no tengo más remedio que escribir. Hay "algo" que aparece, que me inunda, yo ni sé cómo, pero empiezo a escribir a lo loco. Son casi garabatos porque no me da tiempo a escribir tranquila o pensadamente.

¿Cuáles temas han sido creados de esta forma?

Se puede, por ejemplo. Me salió al piano, y no sé tocar el piano: estaba asustada, imaginate. Entre que me venía la letra, y mis dedos tocaban en el teclado justo lo que me sonaba adentro... todo era muy loco. Con Soles también. Este tema fue compuesto en un lapso de tres años, porque hice la primera parte -que es el desamparo-, en España. También compuse en aquel momento la música de lo que seguía, pero no encontraba la letra. Incluso tenía el estribillo final con música y letra. Pero faltaba el encuentro con el sol; era yo quien no lo tenía. Hasta que volví al país y ¡zas! apareció de golpe esa letra. Fue impresionante, fue lo más dictado que tuve hasta ahora.

¿En esa época lo llamabas así?

No. Decía "llegó el angelito".

Soles se convirtió casi en un símbolo de aquel momento ¿no?

Claro, para mí y para la gente. Pensá que estábamos en 1980 y yo había vuelto simplemente porque no daba más, pero estaba muerta de miedo. Empecé a cantar solita en un pub, sin contar con difusión ni con nada. Sólo con la solidaridad de los músicos y trabajando casi por el valor de un sandwich. Pero ahí fue cuando empezó una conexión muy linda con la gente. Porque decir en aquel momento "aunque no lo veamos, el sol siempre está" nos hacía bien a todos. Así fue que la cosa empezó a crecer, y de pronto en el '82 me encontré llenando once funciones en el Odeón. Fue fantástico; el espectáculo empezaba con un hexagrama del I Ching. Nadie entendía nada.

¿Cómo surgen tus temas "ecológicos", como Basurero nuclear?

Bueno, a mí me preocupaban estas cuestiones desde hace mucho. Ya aparecía eso en Escaleras mecánicas. Tanto ésta como Basurero nuclear fueron detonadas en mí por información que leí en el periódico, aunque pasó mucho tiempo entre una y otra. Me acuerdo que estaba en España cuando leí lo de la bomba de neutrones y me impresionó terriblemente eso de que mata a los seres humanos y deja intactos a los objetos. Así nació Escaleras..., tuve que correr a la guitarra a hacer algo con eso. Y años más tarde, estando aquí, leo que la gente de Gastre está muy contenta con lo del basurero nuclear porque "el progreso" llegaba a la zona. Todo eso era muy denso. Tanto, que sentí que tenía que ponerme a joder, como si fuera un rockero "heavy metal".

En lo que contás, todo el tiempo aparecen referencias al exilio y al regreso. España y la Argentina. ¿Creés, como tantos que tuvieron que salir durante la dictadura, que tu vida quedó partida en dos?

Y... sí, claro. La vida queda partida. Y yo agradezco muchísimo lo que me pasó. Todo el dolor y el sufrimiento que atravesé. Porque fue a partir de eso que se produjo un cambio muy grande dentro de mí, que tiene que ver con la apertura espiritual. Con la conciencia del camino evolutivo que tenemos como seres humanos.

¿Y eso se dio estando en España?

Sí. Yo lloraba por los rincones; no entendía por qué estaba allí, ni por qué tenía éxito. Me iba "muy bien", ¿entendés? Tenía dinero, fama, trabajo de sobra... Tenía todo lo que creía que era lo buscado. La sociedad me había puesto una zanahoria por delante, yo la había alcanzado... y resulta que me sentía absolutamente desdichada. Me dije: ah, entonces no es esto. Y me pregunté: ¿qué me hace feliz? Ahí empezó la búsqueda y el cambio y la apertura. Empecé a valorar las pequeñas cosas, a leer de Krishnamurti hasta Castaneda. De todo. Devoraba todo aquello capaz de abrirme un poco la cabeza y el corazón.

¿Encontraste alguna figura a la que hayas elegido como maestro?

No. Carezco de devoción. No puedo ser devota, no puedo seguir a alguien en particular. Más bien soy una esponja abierta a todo.

¿Una esponja religiosa?

Yo tuve la religión que te viene impuesta, el catolicismo envasado, ese de la primera comunión de la que sólo recuerdo el vestido y la bolsita en que llevaba las estampitas... También pasé luego por un momento de crisis en el que puse en duda a Dios hasta el final. Hasta que lo encontré, desde mí, desde mi Ser Superior. De modo tal que hoy puedo encontrar a Dios afuera, en todas las religiones, porque está adentro. Adentro de mí.

¿Es desde ese lugar que te surge un tema como Planeta nuestro?

Con ese tema me pasan cosas extrañas. Por ejemplo, que hice la versión en portugués, la grabé en portugués, y filmé un video documental con material que me proporcionó Greenpeace. Me puse el video bajo el brazo y partí hacia la Eco '92, sin invitación y sin nada. Me pagué todo sola. Qué se yo, fui porque en ese tema hablo en nombre de todos. En nombre de todos le pido perdón al planeta por aquello que le hacemos, y tal vez quería comprobar si esto es cierto o se trata sólo de una locura mía. La cuestión es que llegué y empecé a yirar kioskito por kioskito preguntando si lo quería pasar. Y lo pasaban, y se juntaban 4, 10 o 20 personas, hasta que gustó mucho y terminó siendo proyectado en ese anfiteatro inmenso donde se daban los grandes recitales.

¿Te va bien económicamente?

Sí. Me va bien económicamente porque cada vez necesito menos. Pero además, todo el tiempo se me producen milagritos: en el mismo momento en que me quedo sin plata me "cae" algo, y me cae justo la misma cantidad de plata que necesito. Así pude irme a la Eco '92, por ejemplo. Lo que tengo siempre presente con esta cuestión del dinero es algo que me pasó hace bastante, en España, cuando murió Luis Politti. Fui al entierro, que era lejísimo, y en el camino de regreso me metí en un bar absolutamente desconocido, a comer algo. Cuando termino, no me quieren cobrar. Y el señor del bar me dice: "Mientras yo exista, a usted no le va a faltar comida". Ahí me di cuenta de que todo el miedo que uno tiene normalmente a quedarse sin dinero es eso: un miedo, un fantasma. Porque en realidad depende de lo que sembraste ¿no? A mí, ese día, se me fue ese miedo. No lo tengo más. Y entonces empiezan a suceder los "milagritos". O tal vez antes me sucedían también, sólo que no me daba cuenta. Pero sé positivamente que no me voy a morir de hambre, y eso me pone en otro lugar. Yo no me ato con las grabadoras con contratos tipo "un disco cada tanto tiempo". Cuando lo tengo, lo grabo. Y entonces no tengo super-exigencias, zafo de la máquina de picar carne. El quitarme ese miedo fue lo que me posibilitó llegar a este punto. Eso, y el hecho de que no quiero cada vez más cosas. Quiero cada vez menos.

¿Y de qué no podrías prescindir?

De esto (señala el cigarrillo, y se ríe). Aunque me dé vergüenza confesarlo, todavía me tiene atada. Pero fundamentalmente, no podría prescindir de mi contacto con los demás a través de la música.

Sin embargo, tampoco estás todo el tiempo entre giras y recitales. ¿Cómo transcurren tus días?

Soy muy casera. Me ocupo de mi jardín, de mis perros, leo... Como no soy una monja tibetana, también me aparece una voz que cada tanto me dice: ¿pero cómo es que no estás componiendo, por qué no te ponés a trabajar? Pero resulta que me pongo y sale horrible. No es por ahí, no se trata de "ponerse a trabajar". Yo siento que pasa algo, pero no sé qué. No sé adónde voy. Y si me desespero, consulto al I Ching. Lo consulté el otro día ¿y qué me salió?: "la espera". Así que aquí estoy. Voy viendo.

¿Te sentís acompañada en este camino?

Cada vez más. Me siento una islita que comienza a juntarse con otras islitas, y encontramos puentes como esta revista. Las islitas nos damos cuenta de que tenemos cosas en común, que no somos locos perdidos en el espacio, sino que todo tiene un sentido, un entramado. Yo me siento parte de la trama. Eso es lo que estoy haciendo ahora; el otro día nos juntamos en casa con un grupo de gente de distintas actividades, simplemente para hablar de todo esto, para cotejar, contarnos lo que nos pasa, aquello que creemos y por dónde vamos... Me pasa que voy a Greenpeace y les digo que quiero que me usen, y ellos me responden que hace años que me usan, porque de pronto les graban una nota y ellos ponen de fondo Basurero nuclear. No nos conocíamos, pero estamos en lo mismo. La diferencia es que ahora yo voy a Atucha, a hacer un recital gratis en la plaza, y voy junto con Greenpeace, que aprovecha ese espacio para decir lo que tienen que decir. Eso es el servicio, ¿no? Sentir que pongo lo mío al servicio de algo que trasciende mi ego.

¿Hay un hilo conductor entre la Marilina de La Nena y ésta que canta junto a Greenpeace?

Me parece que sí, y que ese hilo ha sido precisamente el servicio. Con o sin conciencia. Porque en la escuela primaria yo era de la Cruz Roja y eso me ponía muy contenta. Después vino una etapa en la que creo que serví fundamentalmente a mandatos: no sé si quería ser actriz. Simplemente fui actriz antes de pensarlo; a los tres años ya estaba arriba de un escenario. Luego, en los '70, también tuve la sensación de servicio. Quería transformar todo aquello que veía de injusticia, de cosas terribles que estaban pasando, y me fui durante un año a las villas de emergencia. Finalmente, en España, entre los cambios que se producen, está el de elegir. Elijo la música, y cuando vuelvo al país meto toda la energía en eso, sin dispersarme en otras cosas. Es entonces cuando se abre el canal... Ahora me siento una especie de antena receptora y transmisora, una intermediaria. Y eso me hace feliz.


Esta nota la compartió Marilina. Muchas Gracias María!!!

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